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lunes, julio 02, 2007

Nuestros partidos y el maquiavelismo


En mi interés de rescatar las escasas columnas de opinión que son un real aporte al intelecto de los lectores, reproduzco un artículo escrito por el sacerdote jesuita José Aldunate en La Nación del 2 de julio del 2007 en donde explica la verdadera adopción de las teorías de Maquiavelo en el quehacer de los políticos chilenos. Imperdible.


Nuestros partidos y el maquiavelismo

José Aldunate s.j.

Una disertación de Jacques Maritain sobre el maquiavelismo, los partidos políticos y el bien común permite aplicar algunos conceptos a nuestros conglomerados en la actual coyuntura, en especial ante las acusaciones de corrupción. Hay rasgos característicos del maquiavelismo: la meta suprema de “El Príncipe” o de los partidos es la obtención y el mantenimiento del poder. Lo segundo, todo lo que lleva al poder resulta lícito (es decir, se puede y debe hacer). Se admite el principio: “El fin justifica cualquier medio”.

Frente a este maquiavelismo, Maritain antepone la democracia auténtica. El fin de las instituciones y de los partidos es el bien común. Los medios para esto son el libre juego de las libertades orientadas al bien. Es el fair play democrático. Se excluyen la mentira, el abuso de la fuerza, el engaño y el robo. A partir de esos principios resulta posible examinar a nuestros partidos. La Concertación lleva muchos años en el poder y no debe engolosinarse con éste. Constituye un peligro. En principio, es saludable la alternancia. Lo confirman hechos que lamentamos. En todo caso, hemos de exigir al Gobierno una clara superación del aprovechamiento partidista en aras del bien común.

Sin embargo, los partidos opositores no deben proponerse como fin alcanzar el poder. Afirmar lo contrario sería maquiavélico y extraña mucho que personeros de derecha se hayan expresado explícitamente en esos términos. El fin de un partido no es el poder, sino el bien común. A éste se puede servir desde la oposición. Se dirá que el poder es también un eficaz medio y es lícito buscarlo. Es verdad, pero no se busca como fin, eso hace mucha diferencia. Existen actitudes de la oposición que, desgraciadamente, ilustran la diferencia. Ha habido una obstaculización sistemática al Gobierno tanto en lo verbal como en proyectos de ley. Pero el bien común no pide una oposición sistemática, sino constructiva. La oposición ha declarado insignificante, casi en fase terminal, al Gobierno y ya ha propuesto sus candidatos presidenciales para 2009. Eso incluso la inhabilita para cooperar como debe al bien común.

El apego desordenado al poder, el tomarlo como fin y no como medio lleva de forma natural a la corrupción. Entonces, el fin justifica cualquier medio. Chile no es un país corrupto. No tiene la corrupción como hábito o ideología, pero los partidos han incurrido en actos de esta especie. Estamos atentos a la honestidad y corrección, pero tenemos una idiosincrasia que nos dispone hacia actos de aprovechamiento que son corruptelas. Es nuestra viveza criolla, que con los compadres y nuestros oportunismos lleva a la manga ancha en la eticidad. Ojalá nuestra arremetida contra la corrupción sirva para corregir esta cultura de viveza mal comprendida.

Actos sospechosos de corrupción practicados al parecer por partidarios del Gobierno fueron llevados a los tribunales. Habrán servido al poder de un grupo pero eso no los justifica. Son otros los criterios de una sana moral, que coinciden con los del bien común y con una auténtica democracia.

Los partidarios de la oposición cargan con menos acusaciones. Hemos prescindido de hechos históricos. Con todo, sospechamos que en nuestro sistema persisten costumbres con cierto grado de maquiavelismo que debemos combatir. ¿No estará esto en la raíz del desprestigio que afecta a los políticos y los parlamentarios? Me explico: tal vez nuestros dirigentes evitan conductas notoriamente corruptas (el asesinato, la mentira, el robo), pero existen muchas otras que no están explícitamente en el decálogo del Sinaí. Todo acto no auténticamente orientado al bien común, sino al poder o provecho personal es ya corrupto. Indiquemos algunas actuaciones parlamentarias y preguntémonos si no habrá en ellas indicios o alguna ideología de corrupción. No buscamos acusarlos, sino invitar a una reflexión.

1.- Los parlamentarios se han asignado dietas ciertamente no modestas. Y ahora último incluso la han elevado. Esta dieta robustece su capacidad y poder, no el prestigio del Parlamento ni, por tanto, el bien común. ¿Qué criterios han utilizado? Vemos aquí indicios de maquiavelismo y corrupción disimulados bajo pretextos de mejor servicio.

2.- Los parlamentarios mantienen el binominalismo pese a que todo el país comprobó su disfuncionalidad. Cada uno ha hecho su cálculo y ha visto que cambiar no le conviene para su reelección.

3.- Algunos se han ayudado, para ser elegidos, de dinero fiscal. ¡Ya lo hemos visto! Otros se han ayudado de fondos particulares no simplemente para gastos de campaña. Hay muchas maneras de practicar el cohecho, unas antiguas, otras modernas. Se cohecha ofreciendo el oro y el moro a los posibles electores.

4.- Un candidato a la Presidencia proclamó el método de ofrecer lo que la gente pide. Pero la tarea presidencial no es dar eso, sino proveer lo que el país necesita.

5.- Hay parlamentarios quizás muy dedicados a servir a sus electores. Los maliciosos pensarán que es para que los vuelvan a elegir. De todas maneras, su primera obligación es servir al país. Cuando se canceló el plan de un puente sobre el canal Chacao, los parlamentarios de la zona deberían haber pensado más en el bien del país que en el de la isla.

6.- Las sesiones del Senado y la Cámara están cargadas de pasión por defender o atacar al Gobierno. Eso no favorece la evaluación serena y objetiva de lo que demanda el bien común. Tampoco edifica a asistentes y a televidentes.

7.- Las votaciones masivas por partido o por orden de partido nos dejan pensando: ¿Donde está el bien común y la responsabilidad personal? ¿Dónde está la democracia?

8.- Añadamos una última reflexión, aunque no tiene que ver directamente con el maquiavelismo. Se presentan, a veces, temáticas valóricas relacionadas con la vida, el matrimonio o el aborto. Hay parlamentarios sanamente sensibles a los alcances éticos de esto. Pero en su tarea de legisladores, ¿tienen suficientemente en cuenta que más allá de la ética individual está la ética colectiva del bien común?

Todas estas prácticas que hemos referido directa o indirectamente revelan tendencias maquiavélicas de aprovechar una situación para lograr otros fines (esto constituye una corrupción) y no de buscar derechamente el bien común. Esto y todo lo que hemos dicho antes está en la raíz del desprestigio que afecta a nuestros parlamentarios, a la política en general y aun a la misma democracia.

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1 Comments:

Blogger Marcelo said...

Jesuita tenia que ser!!
por eso tanta claridad.

5:48 p. m.  

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