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domingo, octubre 29, 2006

Un país a lo pobre

El siguiente articulo fue tomado delDiario la Nacion de Chile del 29-10-06:

Un país a lo pobre

La Nación
Betzie Jaramillo

Hay un hombre que se instala en el paseo Huérfanos entre los vendedores ambulantes de todo tipo de falsificaciones y con unos cuantos puñados de migas atrae a las palomas. Cuando tiene unas cuantas a su alrededor comienza a vocear: “Tres por mil, tres por mil”. No vende, pero alguna moneda le cae por lo simpático. Él pertenece a ese 20%, o sea uno de cada cinco, de la población que vive en la extrema pobreza, o grupo E, como prefieren llamarlo para que no suene tan fuerte. Si se le suma el casi 40% que pertenece a la clase baja, grupo D, nos da que la mayoría de los chilenos viven rozando o definitivamente hundidos en la pobreza. Feroz contraste con los ocho mil dólares de renta per cápita.

Esta mayoría sólo se puede advertir por el resto –un 21% de nivel medio bajo (C3), 15%, medio (C2) y sólo un 6,2% alto (ABC1) (datos de Corpa Estudios de Mercado)– cuando la televisión convierte sus vidas en espectáculo y las cámaras intrusas muestran lo minúsculo de sus casas, el hacinamiento, los catres al lado de la cocina y de los bidones de parafina. Porque este sistema segregado hace que la mayoría de las veces ni siquiera se rocen los distintos mundos chilenos. Pero la crónica policial de los telediarios los muestra a diario.

La banca, que esta semana ha presentado un récord de utilidades entre enero y septiembre, con unas ganancias de 1.303 millones de dólares, lo que equivale a casi 700 mil millones de pesos, anunció al mismo tiempo que pretende repartir tarjetas en los sectores de bajos ingresos. Pero seguramente no serán para los D y E, que permanecerán excluidos del sistema financiero y que ni siquiera pueden firmar un “chirimoyo”. Son los C3, el 20% la población, que suelen tener tarjetas de crédito de supermercados y casas comerciales, donde ha puesto sus ojos la banca. Porque la realidad es que sólo el 20% de la población tiene una cuenta corriente y tarjetas de crédito bancarias.

EXPLOSIÓN DE “COLEROS”

Un paseo por Los Morros en San Bernardo es un viaje a esa mayoría que vive en casas Serviu, donde la principal remodelación son las rejas y alambres de púas con que se protegen, ¿de ellos mismos? Un hombre tapa los hoyos de la calle a cambio de las monedas que le dan los automovilistas, un carro vende completos a 200 pesos, precio que en Santa Rosa, a la altura de la comuna de San Joaquín, llega a 350, y en el centro, en el Dominó, el más barato vale mil pesos. La pizarra de un minimarket de Los Morros informa de precios por cuartos de kilo y anuncia oferta de cogotes de pavo. Es día de feria, que en su mayoría son “coleros” que venden cualquier cosa vieja en el suelo de la vereda. Pero no alcanza las dimensiones de la feria de Peñalolén, donde tras los feriantes oficiales, los vendedores informales extienden sus trapos hasta el infinito por el laberinto de las calles interiores. Y es que ser “colero” es una solución de urgencia para obtener algunas “lucas” para una mayoría que vive a salto de mata, trabajando a veces sí, a veces no. Porque la mayoría de los trabajadores chilenos, un 80%, son contratados por las Pymes, que sobreviven empleándolos por cortos períodos de tiempo.

Un estudio del Centro de Investigación Laboral y Previsional de la Universidad de Chile afirma que el 47% de los cotizantes tiene contratos temporales. Y un tercio del total no dura ni un año en su puesto, lo que lo excluye de cualquier derecho a indemnización o a seguro de desempleo. Éstos son privilegios que se lleva el 20% más rico, los que pertenecen al quinto quintil y que consiguen el 66% de las indemnizaciones por años de servicio. Estamos hablando de los que llegan a firmar un contrato, porque la informalidad y los “pololos” de los “medios pollos” son lo que para la olla en las familias. Quizás por eso, en los estudios previos para elaborar la nueva ficha CAS, una de las propuestas, o críticas, es que “no queda claro qué se entiende por trabajo”. A ellos no les llega, hasta ahora, el beneficio de los altos precios del cobre, como no sea para robarlo. De 1.700 pesos el kilo el año pasado a los 2.700 que hoy ofrecen pagar los talleres en Los Morros, y que ha provocado una ola de robo de cables de cobre telefónicos y eléctricos y que ya tiene un saldo mortal de 26 electrocutados.

SER POBRE ES MÁS CARO

El sistema es tan perverso que precisamente la vida para los pobres es más cara. Unos cuantos ejemplos. Para empezar el sistema impositivo, basado en el IVA, que es de chincol a jote del 19% y representa el 40% de todo lo que recauda el Estado y que se paga con cada marraqueta, con cada litro de leche, con cada kilo de papas, sea rico o pobre el que lo compre. Lo mismo pasa con la energía, donde para los más ricos el gasto en electricidad representa menos del 1% de sus ingresos, a pesar de tener un consumo muy superior. En el caso de los pobres es del 10% en Santiago y hasta el 20% en la Región de Los Lagos, según dijo a “El Ciudadano” el director del Programa de Estudios en Energía de la Universidad Austral, Miguel Márquez. O como la familia Véjar Urzúa, protagonista del artículo de Antonio Valencia de La Nación en el Día Mundial por la Erradicación de la Pobreza (18 de octubre), que en luz, agua y gas se les van unos 38 mil pesos, y los ingresos familiares son de 120 mil. El gas es lo que más caro les sale, unos 20 mil, porque sobreviven con una microempresa de pasteles. En educación, lo mismo. Los pobres, a pesar de ir a colegios públicos, deben dedicar un 15% de sus ingresos en uniformes, transporte y útiles. Para los más ricos, esto baja al 11%, porcentaje en el que se incluyen las mensualidades de hasta 200 mil de los exclusivos colegios a los que envían a sus hijos.

Los Véjar Urzúa puede ser un ejemplo de familia que pertenece a ese 60% (E y D). Los padres tiene 48 y 50 años y tres hijos que van de los 28 años a los 20, y cuatro nietos, a los que se añade Brian, un huérfano de 12 años al que han acogido. En total, 10 seres humanos que se amontonan en una casa de poco más de 30 metros cuadrados en San Ramón. Víctor, el padre, está enfermo, por lo que ya no es el proveedor. Esta responsabilidad recae sobre Brígida, que hace funcionar su amasandería con la ayuda de sus tres hijos cesantes, de los que dos son mujeres y madres solteras. Es lo que diferencia a Brígida de sus hijas. Ella se casó con Víctor, pero sus hijas no pasaron por el Registro Civil con los padres de sus hijos. Por eso sus nietos son parte de ese enorme porcentaje de niños (más del 50%) que nace fuera del matrimonio, y su destino depende exclusivamente de sus madres y abuelas. “Porque no se trata sólo de pobreza material, sino de pobreza humana, ciudadana, que no les permite proyectarse ni siquiera para formar un hogar propio”, dice el Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar. De ahí tanto “guacho” y hombres pobres que no se sienten capaces de asumir responsabilidades más allá de su propia subsistencia. Por eso, cuando Mideplan sometió a discusión la nueva ficha CAS también se comentó que “falta claridad en el concepto de familia”, o sea que no sabemos si los Véjar Urzúa son una familia o tres, si se tiene en cuenta que las dos madres solteras que viven con ellos son también familias aparte.

MUJERES EXPLOTADAS, HOMBRES MARGINADOS

Gabriel Salazar destaca también la feminización de la pobreza. “Ellas son ahora las explotadas, con la mayor precariedad, son temporeras, sirvientas, trabajadoras de los packaging en frigoríficos. Los hombres, que han perdido el privilegio de ser el rey de la casa, el proveedor, para pasar a engrosar la marginalidad”. Y a la pérdida del rol se añade lo que lleva consigo la marginalidad: separaciones, infidelidad, alcohol y drogas, que los lleva a perder incluso su identidad sexual, ya que por unos pesos para droga se prostituyen con otros hombres. “Es la crisis de la masculinidad en los sectores populares, donde los niños no encuentran modelos a los que imitar o querer. Este empeoramiento de la condición del hombre está detrás de la gran violencia que ejercen sobre las mujeres”.

Pero Gabriel Salazar se resiste a pensar que los pobres estén condenados por siempre y destaca que son precisamente ellos los que han construido este país. “Son los rotos los que han ganado las guerras, los que han creado la cultura chilena, incluido el 18, la cueca, las ramadas, aunque ahora sean una parodia de lo que ellos inventaron”. Y siguen creando cultura, aunque esté al margen de la industria, sobre todo con la música. “Básicamente son los jóvenes de los barrios, con su fusión de rock, hip-hop, pero con una lírica propia con profundas raíces sociales. Sus tocatas, sus recitales, son eventos con un impacto cultural y político”. Los tiempos están cambiando, y los jóvenes tienen ahora como referentes a los mapuches o los atacameños. “Nosotros andábamos detrás de los obreros, pero ahora son los indígenas los modelos para los jóvenes. Y hoy se escuchan más trutrucas que antes”. El propio pueblo mapuche, el grupo más pobre entre los pobres, está cambiando. “Por primera vez se habla de intelectuales mapuches, que han viajado y estudiado y que forman parte de las estructuras de poder. Los lonkos y los machis ahora están detrás de los werkenes, los líderes, que son casi todos jóvenes. Es un cambio sin rupturas. Muy interesante”.

Y cree que la rebelión de los pingüinos forma parte de nuevos movimientos que vienen de abajo. “Son la punta del iceberg”, dice Gabriel Salazar. Si bien ahora no tienen derecho al voto, porque aún son muy jóvenes, ellos serán mayores de edad en las próximas elecciones. Y como se les ocurra inscribirse en los registros electorales –cosa que hasta ahora no han hecho los dos millones de jóvenes, sobre todo de bajos ingresos, que se abstienen de participar con su voto–, los políticos tendrán que tenerlos en cuenta. Votos son votos. Y así se cocina la receta de “Chile a lo pobre”, donde con un poco de carne (humana), cebolla para los sentimientos y huevos para echarle valor a la vida, el país se va construyendo con los de siempre: los pobres.